La convivencia es una forma de relacionarnos
que debemos escoger desde muy jóvenes. Para la convivencia positiva es necesaria
la comunicación, la confianza, el respeto, el amor, el perdón, entre
otros, debemos tolerar costumbres de otras personas.
El ser humano en la
conVIVENCIA
tiene dos
necesidades sociales básicas: la necesidad de una relación íntima y estrecha
con un padre o un cónyuge y la necesidad de sentirse parte de una comunidad
cercana e interesada por él. Los seres humanos son fundamentalmente animales
grupales y su bienestar es mucho mayor cuando éste se encuentra en un ambiente
armónico, en el cual se vive en estrecha comunión.
Nuestro
modelo de relación es para el otro, donde seres humanos fincan su felicidad en
personas, no en objetivos. Por desgracia en muchas ocasiones, fincamos en las
personas que nos rodean esquemas en ocasiones reales y en ocasiones fantasiosos
sobre los cuales establecemos los vínculos o apegos, en la mayoría de los caso,
estos ideales los conocemos solo nosotros y esperamos que el otro “en acto
mágico”, lo sepa, lo entienda y además lo haga.
Es que la frase “se
EXPONTÁNEO”, es
un modelo mágico en la comunicación interpersonal, donde descansa la necesidad
de un anhelo no satisfecho, donde se cita una acción esperada… no presentada,
donde se escuda la monotonía, costumbre, rutinas; o el vacío sonido de las
ideas pensadas jamás expresadas. Y será que porque nadie sabe lo que se espera
de èl (ella) si no se le dice, nadie es capaz de adivinar lo que en relación
puede generar en la emoción de su par.
En las moradas
cristalinas del Olimpo de la lógica, coacción y espontaneidad (esto es, todo lo que sale del interior de
uno libre de toda influencia externa) son incompatibles. Hacer algo espontáneamente porque
lo mandan, es tan imposible como olvidar a propósito o dormir profundo
intencionadamente. O uno actúa espontáneamente a su albedrío o cumple una orden y por tanto no
actúa espontáneamente. Desde la pura lógica uno no puede hacer las dos cosas a la
vez.
Pero ¿para qué inquietarse por
la lógica? Al igual que puedo escribir «sé espontáneo», también lo puedo
decir. Lógica va, lógica viene; el papel y las ondas sonoras lo soportan con paciencia.
El receptor de la comunicación seguramente no tanto. Pues, ¿qué puede
hacer entonces?
Si usted conoce la novela de
John Fowles, El coleccionista, ya comprende cuáles son mis propósitos. El
coleccionista es un joven que empieza centrando su atención en las mariposas. Las
sujeta con agujas y así puede contemplar con calma su hermosura siempre que quiere. No pueden
escapar. Su desgracia empieza cuando se enamora de la bella estudiante Miranda y
le aplica la misma técnica -de acuerdo con la receta «más de lo mismo» (cf. págs.
27ss.)—. Como él no es particularmente atractivo y, además, la opinión que tiene de
sí mismo no es demasiado excelente, presume que es muy probable que Miranda no se
decida espontáneamente por él. Así pues, la rapta y en vez de sujetarla con
agujas, la encierra en una casa de campo solitaria.
En el marco de esta pura coacción, espera
y aguarda a que ella en el curso de su encierro (siempre más insoportable) acabe por
enamorarse de él. Poco a poco descubre el coleccionista la tragedia inexorable y sin
salida de su paradoja «sé espontáneo» por la que imposibilitó exactamente lo que
en realidad quería conseguir.
Que
pasa, el ejemplo no le parece convincente, o demasiado irreal, o quizás ¿jalado
de los pelos?.
No se crea, el fenómeno SE EXPONTANEO es más común de lo que usted pudiera
imaginar y en ocasiones no posible de percibir por la naturaleza donde se
presenta; para que se de una ideas.
Sí
así lo prefiere, aquí tiene usted una situación mucho más normal que se
puede producir sin necesidad de dar rodeos especiales: Es el ejemplo deslumbrante
y muy gastado de la madre que exige que su hijito haga las tareas escolares, pero
no sólo esto, ha de hacerlas con gusto. Como puede ver el lector, se trata de la definición
que ya hemos citado del puritanismo, pero al revés.
Allí se dice: tu obligación es no sentir agrado, aquí, en cambio, tu
obligación tiene que agradarte. Por tanto: ¿qué se puede hacer?
Ya hice antes esta pregunta puramente retórica, pues ni tiene salida.
¿Qué hace la mujer cuando su marido le exige no sólo que se le entregue sexualmente a toda hora,
sino que además lo disfrute de lleno?, ¿Qué se hace cuando se está en el
pellejo del joven antes mencionado que debe hacer con gusto sus deberes de la
escuela?.
Uno sospecha que aquí algo no
funciona bien por culpa propia o por culpa del mundo. Pero, como generalmente
en una controversia con «el mundo» uno tiene las de perder, prácticamente uno
se ve forzado a buscar la culpa en sí mismo. Esto no parece muy convincente,
¿no es así? No pierda usted el ánimo, sus temores se disiparán fácilmente.
Imagínese que
transcurre su infancia en una familia en la que, por los motivos que sean, la
alegría
se ha convertido en obligación. Dicho con más exactitud, una familia en la que
se rinde
homenaje
al principio de que un niño naturalmente alegre es la prueba más convincente
del
éxito de los padres.
Cuando usted
alguna vez está de mal humor o cansado o tiene
miedo del examen de gimnasia o no tiene ganas de hacerse boy-scout,
en
la
perspectiva
de
sus padres ya no se tratará simplemente de un mal humor pasajero, de cansancio,
del miedo típico del niño o de otras razones parecidas, sino de una acusación
sin palabras
contra
la ineptitud educativa de sus padres.
Ellos se van
a defender enumerándole qué y
cuánto han hecho por usted, qué sacrificios les ha costado y cuan pocos motivos
tiene
de
no estar alegre. No pocos
padres saben desarrollar el método magistralmente diciendo, por ejemplo, al niño:
«Ve a tu habitación y no salgas hasta que estés de buen humor.»
Es una
forma elegante,
por ser indirecta, de decir que el niño, con un poco de buena voluntad y esforzándose
algún
tanto, podría conseguir cambiar sus sentimientos de mal a bien, y, mediante
la
inervación de los músculos correspondientes del rostro,
producir aquella sonrisa
que
le devuelve el permiso para residir como «bueno» entre gente «buena».
La espontaneidad en el esquema humano se ve
manifiesto en estado de libertad, esta se presenta con mayor incidencia en los
niños, para ellos no es necesario cumplir con reglas o modelos sociales,
estereotipo o estructuras; con los años se va perdiendo dando paso a los
compromisos y responsabilidades de adulto.
MTRO. ANTONIO ARENAS CEBALLOS
E. CASTILLO 703 ESQ SARLAT
CENTRO CP 86000
CITAS (993) 3.12.00.65
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