jueves, 22 de agosto de 2013

SE ESPONTÁNEO...


     La convivencia es una forma de relacionarnos que debemos escoger desde muy jóvenes. Para la convivencia positiva es necesaria la comunicación, la confianza, el respeto, el amor, el perdón, entre otros, debemos tolerar costumbres de otras personas.

     El ser humano en la conVIVENCIA tiene dos necesidades sociales básicas: la necesidad de una relación íntima y estrecha con un padre o un cónyuge y la necesidad de sentirse parte de una comunidad cercana e interesada por él. Los seres humanos son fundamentalmente animales grupales y su bienestar es mucho mayor cuando éste se encuentra en un ambiente armónico, en el cual se vive en estrecha comunión.

     Nuestro modelo de relación es para el otro, donde seres humanos fincan su felicidad en personas, no en objetivos. Por desgracia en muchas ocasiones, fincamos en las personas que nos rodean esquemas en ocasiones reales y en ocasiones fantasiosos sobre los cuales establecemos los vínculos o apegos, en la mayoría de los caso, estos ideales los conocemos solo nosotros y esperamos que el otro “en acto mágico”, lo sepa, lo entienda y además lo haga.

     Es que la frase “se EXPONTÁNEO”, es un modelo mágico en la comunicación interpersonal, donde descansa la necesidad de un anhelo no satisfecho, donde se cita una acción esperada… no presentada, donde se escuda la monotonía, costumbre, rutinas; o el vacío sonido de las ideas pensadas jamás expresadas. Y será que porque nadie sabe lo que se espera de èl (ella) si no se le dice, nadie es capaz de adivinar lo que en relación puede generar en la emoción de su par.


    En las moradas cristalinas del Olimpo de la lógica, coacción y espontaneidad (esto es, todo lo que sale del interior de uno libre de toda influencia externa) son incompatibles. Hacer algo espontáneamente porque lo mandan, es tan imposible como olvidar a propósito o dormir profundo intencionadamente. O uno actúa espontáneamente a su albedrío o cumple una orden y por tanto no actúa espontáneamente. Desde la pura lógica uno no puede hacer las dos cosas a la vez.

   Pero ¿para qué inquietarse por la lógica? Al igual que puedo escribir «sé espontáneo», también lo puedo decir. Lógica va, lógica viene; el papel y las ondas sonoras lo soportan con paciencia. El receptor de la comunicación seguramente no tanto. Pues, ¿qué puede hacer entonces?
         

     Si usted conoce la novela de John FowlesEl coleccionista, ya comprende cuáles son mis propósitos. El coleccionista es un joven que empieza centrando su atención en las mariposas. Las sujeta con agujas y así puede contemplar con calma su hermosura siempre que quiere. No pueden escapar. Su desgracia empieza cuando se enamora de la bella estudiante Miranda y le aplica la misma técnica -de acuerdo con la receta «más de lo mismo» (cf. págs. 27ss.)—. Como él no es particularmente atractivo y, además, la opinión que tiene de sí mismo no es demasiado excelente, presume que es muy probable que Miranda no se decida espontáneamente por él. Así pues, la rapta y en vez de sujetarla con agujas, la encierra en una casa de campo solitaria


      En el marco de esta pura coacción, espera y aguarda a que ella en el curso de su encierro (siempre más insoportable) acabe por enamorarse de él. Poco a poco descubre el coleccionista la tragedia inexorable y sin salida de su paradoja «sé espontáneo» por la que imposibilitó exactamente lo que en realidad quería conseguir.

        Que pasa, el ejemplo no le parece convincente, o demasiado irreal, o quizás ¿jalado de los pelos?. No se crea, el fenómeno SE EXPONTANEO es más común de lo que usted pudiera imaginar y en ocasiones no posible de percibir por la naturaleza donde se presenta; para que se de una ideas.


       Sí así lo prefiere, aquí tiene usted una situación mucho más normal que se puede producir sin necesidad de dar rodeos especiales: Es el ejemplo deslumbrante y muy gastado de la madre que exige que su hijito haga las tareas escolares, pero no sólo esto, ha de hacerlas con gusto. Como puede ver el lector, se trata de la definición que ya hemos citado del puritanismo, pero al revés.

         Allí se dice: tu obligación es no sentir agrado, aquí, en cambio, tu obligación tiene que agradarte. Por tanto: ¿qué se puede hacer? Ya hice antes esta pregunta puramente retórica, pues ni tiene salida. ¿Qué hace la mujer cuando su marido le exige no sólo que se le entregue sexualmente a toda hora, sino que además lo disfrute de lleno?, ¿Qué se hace cuando se está en el pellejo del joven antes mencionado que debe hacer  con gusto sus deberes de la escuela?.


     Uno sospecha que aquí algo no funciona bien por culpa propia o por culpa del mundo. Pero, como generalmente en una controversia con «el mundo» uno tiene las de perder, prácticamente uno se ve forzado a buscar la culpa en sí mismo. Esto no parece muy convincente, ¿no es así? No pierda usted el ánimo, sus temores se disiparán fácilmente.

      Imagínese que transcurre su infancia en una familia en la que, por los motivos que sean, la alegría se ha convertido en obligación. Dicho con más exactitud, una familia en la que se rinde homenaje al principio de que un niño naturalmente alegre es la prueba más convincente del éxito de los padres.
  

         Cuando usted alguna vez está de mal humor o cansado o tiene miedo del examen de gimnasia o no tiene ganas de hacerse boy-scout, en la perspectiva de sus padres ya no se tratará simplemente de un mal humor pasajero, de cansancio, del miedo típico del niño o de otras razones parecidas, sino de una acusación sin palabras contra la ineptitud educativa de sus padres.


         Ellos se van a defender enumerándole qué y cuánto han hecho por usted, qué sacrificios les ha costado y cuan pocos motivos tiene de no estar alegre. No pocos padres saben desarrollar el método magistralmente diciendo, por ejemplo, al niño: «Ve a tu habitación y no salgas hasta que estés de buen humor.»

         Es una forma elegante, por ser indirecta, de decir que el niño, con un poco de buena voluntad y esforzándose algún tanto, podría conseguir cambiar sus sentimientos de mal a bien, y, mediante la inervación de los músculos correspondientes del   rostro,  producir  aquella sonrisa que le devuelve el permiso para residir como «bueno» entre gente «buena».





     La espontaneidad en el esquema humano se ve manifiesto en estado de libertad, esta se presenta con mayor incidencia en los niños, para ellos no es necesario cumplir con reglas o modelos sociales, estereotipo o estructuras; con los años se va perdiendo dando paso a los compromisos y responsabilidades de adulto.


MTRO. ANTONIO ARENAS CEBALLOS
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